La calle Llana fue anoche el escenario propicio para contemplar y tocar el ataifor, la cazuela, la redoma, la marmita, el anafre o el objeto de época emiral que otras manos de mujeres y hombres, hace 1.300 años, también tocaron.
Ignacio Muñiz /Amigos del Ecomuseo Río Caicena
Porque las cosas no desaparecen nunca del todo, y todos experimentamos el cosquilleo de tocar con nuestras manos el ataifor, la cazuela, la redoma, la marmita, el anafre o el objeto de época emiral que otras manos de mujeres y hombres, hace 1.300 años, también tocaron.
Como ya se hizo durante años con las jornadas Entre Dioses y Humanos (jornadas que se pueden recuperar) la intención principal con esta actividad es sacar de nuevo objetos originales de las vitrinas y del almacén del Museo para que se puedan ver de cerca (tocar y oler en su caso) llevando el Museo directamente a las manos de vecinas y vecinos.
Con Arqueología al Fresco cambiamos el escenario de los yacimientos arqueológicos para hacer esta actividad por calles y plazas emblemáticas (próximamente también en las aldeas). Ayer tocó la Calle Llana (recientemente remodelada) ocasión para hablar sobre la etapa andalusí en Almedinilla, sobre todo del periodo emiral representado fundamentalmente en el Cerro de la Cruz.
Es ya suficiente lo documentado en el Cerro de la Cruz sobre este periodo para plantear hipótesis, y ya hay muchas piezas restauradas (de las que una parte se pudieron ver ayer), estando pendiente el crear un pequeño espacio museístico (en el Museo no hay hueco) que acoja esta colección y nos hable de este periodo histórico fundamental para conocer el devenir de estas tierras.
1.000 años después de la destrucción violenta del poblado ibérico del Cerro de la Cruz a manos del ejército romano (en el contexto de las guerras lusitanas y del famoso rebelde Viriato) el Cerro de la Cruz se ocupó con una alquería (aldea) fortificada a partir de construcciones (fundamentalmente con la técnica denominada “piedra seca”) y de la propia topografía natural del cerro, creando lo que se denomina un HISN. Entre la destrucción del poblado ibérico y el hisn islámico la población de esta zona se concentró en El Ruedo y más tarde en Los Castillejos.
Según la hipótesis de Rafael Carmona (que compartimos) y siguiendo las referencias escritas andalusíes que han quedado (fundamentalmente las de Ibn Hayyan y al-Udri, ambos del siglo XI, y las de Al Idrisi del siglo XII) así como las interpretaciones de historiadores como Arjona Castro, el Cerro de la Cruz debió albergar el hisn que es nombrado como Waska (tal vez derivado de Osca entre iberos y romanos) poblado por árabes (al igual que Ashvit, hoy en día El Solvito), en nuestro caso por gentes de la tribu de los Ibn Asn.
Como es sabido, a comienzos del siglo VIII (año 711) las tropas de Tariq y Musa, en muy poco tiempo, dominaron toda la Península Ibérica debido, entre otros factores, al tremendo impulso cultural y político que venía de la mano del Islam (en este sentido hay que señalar que las aristocracias árabes estaban muy romanizadas), a la corrupción y decadencia del reino visigodo, y tal vez a la ilusión que podía crear entre la población hispanorromana (muy castigada por la corrupción visigoda) el concepto igualitario de la Umma (“comunidad de fieles”) que venía de la mano del Corán, al menos en un principio.
No obstante la conquista, no por rápida, dejó de ser violenta (aunque mucho menos que otras conquistas), impulsada y organizada por el poder central del Califato de Damasco (no fue ninguna algarada y prueba de ello son los cerca de 200 sellos o precintos conservados que nos hablan de la organización fiscal y administrativa) y apoyada por amplios sectores cristianos (incluyendo el obispo de Écija) y por parte de la aristocracia visigoda que se enfrentaba a Don Rodrigo (que aparece dibujado junto a otros reyes vencidos en las pinturas de palacio del siglo VIII de Qusair Amra, en Jordania).
A partir de aquí se crea el Emirato de Córdoba (dependiente del Califato de Damasco) en un ambiente que, a pesar de la arabización y/o islamización rápida de la población hispanorromana, creó un entorno muy diverso donde estaban la mayoritaria población autóctona hispanorromana (ya se mantuvieran como cristianos, judíos o como muladíes recién convertidos al Islam) que hablarían el mozárabe como lengua cotidiana (lengua romance derivada del latín) en combinación con el árabe (durante mucho tiempo sólo presente en la corte, en las mezquitas, en las universidades y en la administración política y fiscal) y con otras lenguas romances que van surgiendo (como el astur-leonés, el gallego, el aragonés, el castellano, el catalán).
Por otro lado estaría la población árabe venida directamente de Arabia (como los baladíes) y después de Siria (como los yundíes) que no alcanzarían más allá del 10% de la población. Por último estarían los distintos pueblos bereberes que también se fueron asentando en determinados lugares (pero que no debieron suponer más allá del 15 %).
Por tanto, un crisol de etnias, culturas y lenguas que fue lo más común en esa época y en tantas otras, y que nos hablan de sociedades permeables, mestizas y para nada uniformes.
Cuando se buscó uniformidad pronto surgieron contradicciones y conflictos, y ya en el periodo emiral tenemos dos guerras civiles, o fitnas, importantes: el levantamiento popular del arrabal de Saqunda en Córdoba en el año 818, y las revueltas del muladí Ibn Hafsun desde Bobastro (Málaga) entre los años 878 y 917, ambas revueltas de carácter social e interétnicas (aglutinaban a muladíes, cristianos mozárabes –como los que debieron habitar entonces la aldea de Zagrilla en Priego-, pero también a árabes –como los del Cerro del Cruz y El Solvito- y bereberes –como los que debieron establecerse en la aldea del Esparragal de Priego) todos juntos contra un poder cada vez más central, jerárquico, autoritario, impositivo: el poder estatal de Córdoba. Es en este contexto de las revueltas de Ibn Hafsun (y su aliado en Priego, Medina Baguh, llamado Ibn Mastana) cuando se ocupa el Cerro de la Cruz buscando seguridad ante Córdoba y apoyando la rebelión: “En este estado de desorden, Ibn Mastana, compañero de Ibn Hafsun, no se apartó del Emir ‘Abd Allah y más bien simuló estar en contra de ‘Umar ben Hafsun. Hizo un pacto con los árabes de Ashbatit, Washqa de Qal’at Yahsib, los cuales eran de los Banu Asn. Estos, con sus vecinos insurrectos, salieron en son de guerra, saqueando a los súbditos del Emir”.
Una vez Abderraman III acaba con la rebelión y consolida el poder central, creando el potente Califato de Córdoba, obligó a los rebeldes a dejar los cerros inaccesibles y ubicarse en zonas más llanas. Es así como la población del Cerro de la Cruz se trasladaría posiblemente a otro lugar más accesible para el control califal: Las Escarihuelas (o Cerro de Las Rentas) a los pies del Arroyo Salaillo (junto al Puente Suárez) donde hemos localizado otro yacimiento arqueológico que parece corresponder con el nombrado por Al Idrisi. De esta manera se trasladaría la población pero se mantendría el nombre de Waska, que pasaría de nombrar un enclave concreto a todo un territorio.
Así podemos intuir una evolución fonética que iría desde la Osca ibérica y romana al Waska de época emiral, pasando por Baskan-dar (la “casa de” o “el que procede” de Waska, de época califal-reinos de taifas-almorávides y almohades), Biskandar o el Vizcantar que actualmente nombra la sierra de las Sileras (aledaña a las Escarihuelas), nombre que aparece tras la conquista cristiana de este territorio por Fernando III en 1226 y de manera más estable por Alfonso XI en 1341.No obstante, este territorio de la actual Almedinilla (siempre entre Priego o Medina Baguh y Alcalá La Real o Alcalá Yahsib) quedaría durante dos siglos en la práctica en Tierra de Frontera, entre el reino cristiano y el musulmán de Granada, zonas despobladas y con las peculiaridades propias de las zonas fronterizas, hasta la capitulación de los reyes nazaríes de Granada en 1492. Esto no impediría que determinados lugares de esta zona de frontera estuvieran poblados, tal vez con un hábitat disperso de pequeñas alquerías o almunias (especie de cortijos) alrededor de manantiales de aguas y huertas, y que de ese contexto derivara el topónimo actual de “Almedinilla”, que quizás derive de Al-Medina-Iya (el que procede de la medina, que no sería otra que Medina Baguh o el Priego actual).
Tras la conquista cristiana de Fernando III el territorio de Almedinilla quedaba en manos de la Orden de Calatrava y más adelante, en 1370, pasa a depender del Señorío de Gonzalo Fernández de Córdoba, señor de la Casa de Aguilar. Es entonces cuando Alcalá y Priego pugnan por su término, que unas veces lo marca el río Caicena y otras el río Salaillo: “que sea el su término de cada uno de las dichas villas por el río Caiçena, e los de Alcalá que bevan el agua del un cabo, e los de Priego del otro” se concluye, dejando la línea divisoria en la aldea de Vizcántar, que quedaba del lado de Priego. Actualmente la única aldea que se conoce como Vizcántar es un pequeño núcleo y diseminado despoblado (a partir de los años 50 del siglo XX) en la ladera Este de la Sierra de Vizcántar o de Las Sileras, entonces podía hacer referencia o bien a la población que quedara en Las Escarihuelas o incluso (no hay que descartar) a la actual Sileras (en la cara Oeste de la Sierra de Vizcántar).
En tanto siglo todas estas huellas andalusíes no desaparecieron (tampoco con la expulsión de los moriscos en el siglo XVII porque muchos ya se habían convertido al cristianismo y porque muchos expulsados volvieron con el tiempo), quedando esa huella en las palabras y expresiones (más de 5.000 palabras procedentes del árabe tiene la lengua española), en los numerosos topónimos que nombran sierras, ríos, manantiales, pueblos, lugares (como Alcalá, Albayate, Almedinilla, Alhama…). Quedan también en los sonidos del folclore, en los olores y sabores de mucha de nuestra gastronomía…y en la propia sangre y sus genes.
Porque las cosas no desaparecen nunca del todo, y todos experimentamos el cosquilleo de tocar con nuestras manos el ataifor, la cazuela, la redoma, la marmita, el anafre o el objeto de época emiral que otras manos de mujeres y hombres, hace 1.300 años, también tocaron.