Autor: Miguel Ángel Santos Guerra
Hacen falta vacunas a granel. Hay que vacunar frenéticamente. Es decir, con exaltación, con ardor, con entusiasmo, con excitación, con delirio, con urgencia, con frenesí, con arrebato, con furia, con desenfreno. Tenemos la solución en la mano y la estamos dejando escapar por torpeza y dejadez. El retraso tiene un coste insoportable en salud y en dinero. Se debería vacunar en turnos de mañana, tarde y noche, de lunes a domingo, veinticuatro horas al día. Hemos clamado por las vacunas desde el comienzo y ahora, cuando ya las tenemos, vacunamos con parsimonia y desorganización.
El ritmo de vacunación me tiene sorprendido y enfadado. Desde el momento en el que se anunció la presencia de diferentes vacunas en el mercado, creí que se iba producir un tsunami de pinchazos. El ritmo de vacunación me está pareciendo desesperadamente lento. Hay que vacunar sin descanso. Vacunar. Vacunar. Vacunar. Aceleradamente. Obsesivamente. Frenéticamente.
Los segundos son vidas. El tiempo que pasa nos aleja de la solución. ¿Por qué vacunar tan lentamente? Es un simple pinchazo, no es una operación larga y complicada. Es urgente acelerar el ritmo.
Hay que atacar las causas de la lentitud se encuentren donde se encuentren: fabricación, adquisición, distribución, suministro, administración… Disponer de vacunas es la primera exigencia. Y eso se puede prever y se deberían conseguir sin problema por miles y millones. Y si hay incumplimiento de contratos hay que denunciarlos. Luego habría que distribuirlas según criterios racionales y justos a las diversas autonomías. Y, finalmente, habría que disponer de personal cualificado en cada punto de vacunación. Me ha parecido entre ridículo y ofensivo oír que “el personal sanitario estaba de vacaciones el fin de semana”. ¿Tiene vacaciones el virus? Los contagios se están disparando y nosotros nos vamos de descanso. (Claro que hay que descansar, pero es cuestión de organizarse). Hay que incorporar a personal de farmacias, a personal del ejército, a médicos jubilados… Habrá que disponer de jeringuillas adecuadas. Y manejar bien las dosis.
También hay que vacunar éticamente, con un orden estricto, inspirado por criterios lógicos y éticos, como el que se ha fijado. Una vez establecidos, hay que respetar los turnos. Algunos políticos tienen la cara muy dura. Cara de feldespato, me gusta decir. Saltarse la cola de la vacuna para que ellos, sus familias y sus allegados (de trabajo o de amistad) se vacunen antes que los sanitarios o los ancianos de más 80 años, como exige el protocolo, es un comportamiento indecente. Supone aprovechar el poder que le ha dado el pueblo para ir contra el pueblo. Supone decir: antes que salvarte tú me salvo yo porque para eso tengo el poder de hacerlo. Un abuso intolerable. Es la negación de la democracia. Es olvidar de manera contundente que el político está ahí para servir al pueblo y no para aprovecharse de él.
Eso ha sucedido, entre otros casos, en la ciudad de Murcia. El consejero de salud, Manuel Villegas, se ha vacunado, ha vacunado a su esposa y a cuatrocientos miembros de la Consejería y del sistema de salud murciano porque le he parecido bien. Se han saltado la cola, se han puesto los primeros y han dicho: el que venga detrás, que arree.
Lo más despreciable es que, cuando saltó el escándalo, no pensó en dimitir, parapetándose en unas explicaciones incongruentes que producían bochorno. Pide disculpas, pero afirma que no ha hecho nada mal. Y ha resistido las peticiones de dimisión que hizo la oposición e incluso sus propios socios de gobierno. Al fin, el Presidente de la Comunidad, Fernando López Miras, le ha exigido con buen criterio que presente la dimisión. Y lo ha hecho. De forma también incongruente dice el Presidente que la conducta de su Consejero ha sido ejemplar. Entonces, ¿por qué tiene que dimitir?
Saltarse el orden impuesto por el Ministerio de Sanidad (primero las personas que están en Residencias de Ancianos, luego el personal sanitario, después las personas mayores de 80 años…) es un abuso de poder intolerable. Porque adelantarse lleva consigo dejar a otras personas detrás.
Y no ha sido este un caso aislado. Ya se conocen varios, yo diría que muchos (setecientos en toda España). Los “trincavacunas”, les llaman. Alcaldes, concejales, militares y obispos… Vi hace unos días lo que yo llamaría el mapa de la desvergüenza. Por lo menos veinte puntos de la geografía española en los que se había producido un caso de adelantamiento indebido. Pero , en defensa de la clase política, quiero decir que son una minoría. No me ha gustado que Teodoro García Egea, secretario general del PP, haya dicho que los alcaldes socialistas han alcanzado la inmunidad de rebaño. Qué falsedad. Y que estupidez echar tantas piedras al propio tejado.
Mi amigo Perico (director de la Editorial Homo Sapiens) me habla de una personalidad de la jerarquía eclesiástica argentina (Resistencia, provincia del Chaco) que se ha saltado el turno. Y ha dado las gracias públicamente por haberse vacunado. Otro caradura. El obispo de Mallorca también se ha saltado el turno al vacunarse en un sanatorio geriátrico del obispado sin ser trabajador ni usuario del mismo. Es que se creen más importantes y necesarios que los demás. Ahora se ha añadido el obispo de Tenerife.
Cuando alguien se salta la cola de embarque en un aeropuerto, o en la sala de espera de un dentista o en la oficina del paro, todos los afectados (incluso los no afectados) levantan la voz, increpan al listillo y le ponen en su sitio. Lo que pasa es que en el caso de la vacuna no se juegan unos minutos, se juega la inmunidad, es decir, la vida.
Si tienen esos comportamientos tan visibles, tan descarados, tan provocativos ¿qué sucederá en aquellas cuestiones que no se ven, que no se conocen, que no trascienden a la opinión pública?
Es un pésimo ejemplo. ¿Cómo es posible que quien pone las normas se las salte de forma tan descarada en su propio interés? Con esos comportamientos están invitando a que cada uno haga lo mismo en el puesto en que se encuentre. En ese caldo de cultivo la persona que no se aprovecha de su posición acaba siendo considera un imbécil.
Se ha presentado, después de administrar indebidamente la primera dosis, un problema de logística. ¿Se les debe administrar la segunda dosis? Hay quien dice que no, porque esa sería una forma de castigo bien merecida. No estoy de acuerdo con esa postura. Pienso que si se cometió un error, no se debe añadir otro nuevo. Hay otras formas de reproche: la dimisión, la multa, el rechazo social… No se puede desperdiciar esa primera vacuna y no se puede obligar a esas personas y a quienes se acerquen a ellas a sufrir los efectos nocivos que se deriven.
Los criterios que han inspirado el orden me parecen lógicos y justos, propios de una democracia. Se ha empezado por las personas de más alto riesgo, luego por el personal sanitario que esta en la primera línea de fuego. Y luego por las de más edad.
Hay otra forma de privilegio y de abuso que está ya poniéndose en práctica. El privilegio del dinero. Ya se anuncian viajes de lujo que incluyen la vacuna. Es decir, que se vacune primero quien tenga más dinero. Qué decir de la distribución prioritaria de vacunas a países ricos frente a las destinadas a países pobres. La geografía de la injusticia que es la geografía de la pobreza. Hay que salvar a la humanidad, empezando por los más necesitados, por los más vulnerables. Hay que vacunar éticamente.