Reflexión de un día cualquiera de confinamiento.
José Manuel Muñoz Serrano
La sabiduría popular no deja de sorprenderme. Más allá de la sobredosis de información, hay quienes con tan solo una oportuna frase resumen cada cierto tiempo la situación que vivimos en España. La que he leído esta mañana es la siguiente: “De los creadores de hemos que paralizar el país en febrero, llega a la gran pantalla el estreno en mayo de tenemos que abrirlo todo”.
Cierto es que se van dando unas condiciones sanitarias para despertar del letargo, pero ese despertar habrá de llevarse a cabo de forma escalonada, evitando tropiezos al subir peldaño a peldaño la larga escalera hacia la normalidad. Creo que quienes pensamos que la cautela es prima hermana de la paciencia hacemos poco ruido. Escuchamos a unos y a otros cacarear en el corral de las incertidumbres y no queremos participar de los debates acalorados que a diario se llevan a cabo, porque no nos gusta ser señalados malintencionadamente ni recibir mofas por nuestra intromisión.
Una parte de la sociedad, de naturaleza polarizada, distingue únicamente dos colores, el blanco y el negro, y se olvida de las gamas cromáticas. De ahí que nos encontremos con la paradoja de quienes pierden la prudencia, los que gritaban “hay que echar el cierre al país por completo” ahora exijan con el mismo tono que no admite réplica alguna o razonamiento “el regreso a la normalidad tiene que hacerse ya de ya, hay que quitar cerrojos”, y los escuchamos protestar, por ejemplo, argumentando el sinsentido de limitar al máximo el aforo de bares, restaurantes y chiringuitos, porque el verano se acerca, y con él las ganas de playa y piscina, que el blanco nuclear del confinamiento necesita ser bronceado cuanto antes y que, como hay que lucir palmito y ser los más bellos del reino, que ardan las líneas telefónicas solicitando cita en las peluquerías provocando su colapso (calma, de uno en uno por favor, se os atenderá de uno en uno, guardando todas las medidas habidas y por haber de seguridad).
Pienso que no nos damos cuenta de que, como nosotros, el mundo entero está sufriendo las consecuencias de una pandemia como ya vivieran otras nuestros antepasados en el devenir de la Historia. No nos damos cuenta de que estamos en tiempos de vacas flacas, más que flacas, anoréxicas, y para que esas vacas alcancen su acostumbrada obesidad mórbida, se requiere que todos vayamos remando en una misma dirección para vislumbrar la orilla de la tan ansiada normalidad. Se inicia la desescalada de nuestro particular Everest, y como escaladores novatos que somos, hemos de apoyar bien los pies en cada saliente porque el precipicio nos está ahí aguardando, silencioso, y la caída es dura, muy dura. Demos un voto de confianza a la planificación del capitán del barco, en este caso, el Gobierno de la nación.
Hay que pisar tierra firme, avanzar con lentitud, y aprender de una vez la lección de que el bienestar es un hilo frágil que, cuando menos te lo esperas, se rompe. Actuemos con mesura, con sentido común, sin dar dos pasos seguidos de gigante. Procuremos no caer en una zanja de la que después no sepamos cómo salir.”